Manifiesto Ngoma – Moto Kiatu
«Los límites de los objetos son vagos – y eso va para nosotros… describir el mundo en términos de objetos discretos es una ficción útil.» – Kees van Deemter
Cliché o no, todo está conectado. Las fronteras y la separación en los ámbitos de la física, de la política, de la «raza», como en la cultura, son ilusiones fomentadas por mentes limitadas y temerosas, a menudo deliberadamente inventadas por aquellos que buscan controlar y beneficiarse de la alienación, el antagonismo y el sufrimiento de millones de personas.
Hoy nuestra concepción de las culturas del mundo y de sus relaciones, lamentablemente están todavía bajo la fuerte influencia versiones revisionistas de la historia colonial de los siglos XVIII y XIX. En Estados Unidos, la reforma de la educación iniciada por la élite adinerada de poderosos industriales implicaron cambios radicales en los campus universitarios, enseñando una división fundamental e intrínseca entre «Oriente» y «Occidente», presuponiendo la primera como supersticiosa, atrasada y represiva, y la segunda como progresista, moderna y liberal. Mientras, en Europa el racismo alemán y los eruditos ingleses comenzaron a borrar de la historia la influencia fundacional de Africa y Asia en la Grecia clásica, sustituyéndola por una absurda historia eurocéntrica como la «cuna de la civilización occidental» desarrollando más o menos autonomía, con la única influencia externa de las «tribus del norte», separadas de las mucho más antiguas y avanzadas civilizaciones en estrecha proximidad física. La difusión de esta dicotomía ficticia entre «occidente» y «oriente» siempre ha estado políticamente motivada: promueve los objetivos de la clase dominante, proporciona un telón de fondo ideológico necesario para las agendas coloniales y neo-coloniales y sigue siendo fundamental en las cuestiones mundiales de hoy (las bases estructurales para la «guerra contra el terror» en relación a la demonización del Islam).
Pero no hay ninguna brecha fundamental entre «Oriente» y «Occidente», su relación es más como padre e hijo. Y en el ámbito de la música, la interrelación de todas las culturas y el carácter de sus relaciones específicas se hace evidente y clara. Por ejemplo, la guitarra era un descendiente directo del Oud, el gran padre de todos instrumentos de cuerda y cuyo primer registro aparece en la antigua Mesopotamia durante el Imperio acadio (2359-2159 a.C.). Los romanos alrededor del 40 AD hicieron una versión denominada Cithara, que se propagó entre los Vikingos en Europa y, más tarde, los gitanos que vivían en la España islámica crearon una guitarra moderna basada en las anteriores. Y si una recorre la historia del pop y música de baile del siglo XX, en Norte America existe una muy abreviada pero buena genealogía que describe la línea que vuelve hacia la música Disco, Soul, Funk, Motown, Gospel, Blues, Jazz, canciones de trabajo de los esclavos, y, efectivamente, a África.
La pervivencia está en todas partes donde uno elige a mirar: los Balcanes están conectados a Israel, a Irán, a España, a Egipto, a Marruecos, a Mali, al Congo, a Haití, a Cuba, a Colombia, a Nueva York. Sin embargo, aún existe esta mirada privilegiada de que «Músicas del mundo» son, en efecto, esencialmente diferentes de «la música occidental», y aún es chocante para algunos que sonidos no occidentales están arrasando (el éxito de artistas como Omar Suleyman, y una nueva ola de músicos indios mencionando la no influencia occidental). Como si el Rock and Roll en sí no fuese afroamericano, y menos directamente, de origen africano. Como si Led Zeppelin no hubiese estado fuertemente influenciado por la música turca, o los Rolling Stones por la tradición marroquí, los Beatles por la música clásica india, Can y los inicios de Kraftwerk por sensibilidades de Asia oriental y la percusión africana, Debussey y John Cage por el gamelán indonesio, Steve Reich y Georgy Ligeti por poliritmos africanos, etc, etc, etc. El pensamiento progresista y pionero de la música moderna en «Occidente» ha tenido siempre fuentes de inpiración no occidentales (similar a lo que ocurre con las artes visuales modernas que debe mucho a las pre-modernas, llamadas «formas primitivas»).
Los humanos seguramente habrán olvidado mucho más de lo que sabemos hoy, con la devastación del tiempo, después de innumerables guerras, destrucción de culturas enteras y bibliotecas quemadas. Por la misma razón, las antiguas tradiciones musicales contienen formas que están más avanzadas, con más inventiva, estructuralmente más desafiante, más revolucionaria en todos los sentidos de la palabra que cualquier música electrónica «futurista» hoy en día. Y en términos de expansión de mentes o de celebración total de éxtasis, los fragmentos que se nos transmiten, los restos de las tradiciones musicales que se remontan a tiempos antiguos, incorporan con frecuencia métodos muy superiores a lo que podríamos encontrar hoy en clubs de baile. Un hombre sentado en la isla de Madagascar, cantando a través de un insistente «ritmo-melodía» extraído de un solo instrumento de cuerda, contiene todos los elementos del minimal techno y con más ingenio, más gracia, más eficiencia, más innovación y más potencia bruta, que nada de lo producido en los últimos 30 años.
Todo ritmo ciertamente viene de África, como el propio tambor que fue inventado en algún lugar alrededor de Kenia decenas de miles de años atrás. Pero África es mucho más que música de tambores. Por ejemplo, las diferentes tradiciones de Kora tejen complejas estructuras melódicas que harían marearse a Bach. Para ser más precisos, en gran parte de la música africana se encuentra una unión no diferenciada entre ritmo y melodía, nunca separada una de la otra por encima de mentes analíticas. Ejemplos de esto pueden encontrarse en la guitarra del Soukous, en diversos músicos de mbira (piano de pulgar) dispersos en todo el continente, en los tambores parlentes Yoruba y en las múltiples tradiciones de percusión sintonizadas que tienen instrumentos como el balafón o marimba.
Lo que hemos visto en los últimos siglos de desarrollo musical occidental es un retorno al ritmo, después de haber sido prácticamente separados de él desde hace muchos siglos bajo el establecimiento clásico europeo, que reduce su importancia y que lo vieron como «primitivo» y «plebeyo», música enblema de los salvajes y de la subclase. Pero en el crisol de las Américas, una traumática confrontación entre tradiciones africanas y europeas probablemente se convirtió en la fuente más importante de innovación en el último milenio, formando las semillas de la multitud de tipos de estilos musicales que hoy conocemos.
La única manera de avanzar es contemplar los tesoros de nuestro pasado colectivo. De hecho, es este el reingreso de la herencia musical de los indígenas, fusionadas con una cultura urbana. Esta combinación de ideas musicales ancestrales y sonidos modernos, ahora está dando lugar al siguiente nivel irresistible música de baile en cada continente. Nuevas escenas cruciales prosperas y vitales y nuevos estilos nacen en casi todos los rincones del mundo, desafiando y desplazando a la máquina de fabricación que es la cultura hegemónica centralizada que intenta llenar el mundo con su vacua regurgitación. Pero a pesar de la difusión de las tecnologías de la información, existe una falta de comunicación entre comunidades musicales del mundo de hoy, y muchas escenas permanecen relativamente aisladas y fragmentarias, inaccesibles a su potencial audiencia mundial que tiene hambre de sonidos nuevos. Por ejemplo el Kwaito, House/Hiphop sudafricano, estilo híbrido basado en la música tradicional Zulú, que floreció durante dos décadas dentro de los townships mientras era prácticamente desconocido fuera, y que recientemente ha creado olas en todo el mundo.
Factores económicos, políticos, y otros factores arbitrarios totalmente distintos del mérito artístico suelen determinar qué música sube a la prominencia global, y cuál está relegada a la oscuridad y al silencio que estén fuera de su zona. Como Alan Lomax, etno-musicólogo y pionero de comienzos del siglo XX, sentenció hace medio siglo (parafraseando): «Los mass media difunden la voz de los privilegiados aunque, a veces más merecido, las bellas voces de lugares pobres permanecen desconocidos.» Así que los Djs, en estos tiempos neo-coloniales, como trabajadores culturales cuyo rol les da acceso directo a grandes audiencias, deben ser conscientes de los muchos niveles de inequidad en el mundo, y hacer su trabajo con esto en mente.
Por supuesto, por encima de todas las demás preocupaciones, los DJs deben animar la fiesta. Debemos crear experiencias inolvidables en la pista de baile, y promover la más importante (no, ¡no es en absoluto frívolo!) de las funciones sociales: la celebración de la vida a pesar de sus dificultades. Pero hay más de una manera de mezclar el baile y los Djs no tienen que contentar o apelar a los mas bajos comunes denominadores para complacer a una multitud.
Es posible entretener y educar al público simultáneamente. Los DJs pueden trascender el aquí y el ahora e ir más allá (o destruir totalmente el status quo, si así lo desean). La música nunca es «sólo música», sino que es una expresión subjetiva de la realidad social. El mundo que nos rodea y la dinámica particular y las situaciones en las que nos encontramos, desde lo macro hasta lo micro, deben de alguna manera formar cada DJ set, con referencias específicas del sitio y vínculos conceptuales, infundiendo la experiencia musical con muchos niveles de significado. Un/a buen/a DJ hace una investigación profunda de sus estilos elegidos, estudia su historia y su linaje en relación con otros capítulos, y encuentra conexiones inesperadas.
Hoy en día, muchos miembros de la sociedad y, sobre todo, otro tipo de artistas todavía ven al DJ como un personaje payaso, superficial, poco sofisticado e insignificante personaje, que sólo existe para entretener a idiotas borrachos. Si todas las demás razones no concencen, esta podría ser motivo suficiente para empezar a tomar lo que hacemos con más seriedad.